miércoles, 9 de agosto de 2017

¿Machista yo?

Desde que era niña me ha costado trabajo adaptarme a la sociedad en la que vivimos. Comenzando porque siempre me manejaron el concepto de <<niña buena, niña mala>>. 

Mi abuela decía <<las niñas buenas no gritan, ni andan como "chivas locas" brincando por todos lados, no contestan, ni chiflan como "María Machetes", tampoco mascan chicle "como tortilleras", ni discuten como "verduleras">>; obviamente, <<las niñas buenas tampoco se tocan "ahí", ni se suben a los árboles como "changos">> porque ¡Dios nos libre de que enseñen los calzones! (¡Ah! Porque una niña buena, siempre, siempre usa vestido, pues no es niño para usar pantalón), tampoco juegan con carritos ni con canicas porque <<parecerían "machorras">>; además, las niñas bien educadas no pedían permiso para ir al baño mientras estaban comiendo y no se levantaban de la mesa hasta terminar la comida, aunque estuvieran satisfechas (¡Válgame el Señor! Ser niña buena implicaba darle en la madre a tu sistema digestivo). No participaban en conversaciones con los adultos y mucho menos externaban su opinión.

Y así crecí, pensando que por ser niña y sobre todo <<niña buena>>, tenía que aguantarme los comentarios misóginos, machistas y chingaquedito de cuanto fulano se me atravesara en el camino, sobre todo cuando se trataba de un adulto.

Con el paso de los años, en la adolescencia, empecé a mostrar mi disgusto ante lo que <<me tocaba por ser mujer>>; obviamente, fui tachada de grosera. Sabía que no me gustaba lo establecido, los parámetros impuestos por la sociedad para las mujeres, pero en ese momento no tenía un nombre, ahora sé que nunca me ha gustado el machismo.

Para ese tiempo, cuando mi círculo social comenzó a agrandarse, me di cuenta que no sólo se trataba de mi abuela y familiares cercanos, ahora también eran mis profesores y mis amigas y amigos. Ahora no sólo se trataba de ser una niña buena, sino de ser una <<señorita decente>>, así que las señoritas decentes no le hablaban porque sí al chico que les gustaba, tenía que esperar pacientemente a que ellos se acercaran porque podrían tacharme de loca y si tenía novio, no podía animarme a darle el primer beso, pues eso no lo hacen las chicas decentes, ellas tienen que esperar a que ellos den el primer paso. Pero, me di cuenta que no sólo se trata de los chicos, sino de lo que se supone que debemos ser nosotras como mujeres: débiles antes los hombres y desleales, competitivas, ofensivas, agresivas y exageradas entre nosotras... No, yo no entraba en el parámetro. Desde siempre he considerado que una persona que te hace un comentario pesado, obviamente lo que busca es hacer daño, así que no entraba en lo que para mí significa tener amistad con alguien. Lamentablemente, en la sociedad en la que vivimos, las mujeres nos hemos tragado el cuento de que esa es nuestra condición: ser la más bonita, la más popular, la niña buena... 

Así que en algún momento de mi vida, llegué a decir que yo me sentía más a gusto entre hombres... error. Si bien es cierto que entre ellos no encontraba competencia, también es cierto que siempre salía perdiendo porque lo que decía un hombre era la verdad y nada más que la verdad, pues las mujeres <<tendemos a exagerarlo todo>>. Así que, cuando hacían comentarios machistas y misóginos de alguna mujer me quedaba callada, aunque no estuviera de acuerdo.

Así que seguí bajo el concepto de <<las mujeres moralmente buenas>> y <<las moralmente malas>>.

Por aquel tiempo, aunque me había rebelado al concepto de que una <<chica decente>> no se viste <<como puta>>, seguía con la idea arraigada de que <<debía encontrar al hombre de mis sueños>> y fue una confusión tremenda porque, por un lado, mi rebeldía me llevaba a estar con hombres <<socialmente no aceptados>>: greñudos, pandrosos... pero eso sí, yo era una <<chica decente>> y no me podía permitir darles <<mi prueba de amor>>, porque no podía permitir darle la razón a la sociedad de que era una puta, no señor, mi virginidad estaba reservada para el hombre especial, aquel con el que decidiera casarme... 

Por ende, cuando decidí tener relaciones sexuales, lo hice con pleno conocimiento de que era el indicado para formar una familia. Pero seguí con la idea de <<la señorita decente>>, así que si salía a alguna fiesta o reunión familiar, debía ser con él y nada más con él. En ese entonces yo estaba en el bachillerato.

Mi círculo social se agrandó cuando ingresé a la universidad (FCPyS, UNAM). Ahí conocí a muchas chicas y chicos <<liberales>>. Pero había algo que todavía no me cuadraba, ahora entiendo que seguía siendo el machismo imperante, pues a pesar de ser un círculo que se jactaba de <<liberal>>, podía percatarme de que los esquemas de <<moralidad>> seguían siendo los mismos, pero ahora manipulados por《machos progresistas》a más no poder.

Cuando decidimos mi pareja y yo vivir juntos, se me activó el chip de la <<buena esposa>>, la que lava, plancha, hace de comer y el aseo, pero ¡Obvio! sin recibir remuneración a cambio ni <<ayuda>> del cónyuge, pues está establecido socialmente que eso es lo que hace una buena esposa... ¡Ah! Y también laborar fuera de casa, pues está mal visto que una mujer sea <<una mantenida>>. Luego vinieron los hijos, entonces ahora limpiaba para 4, hacía comida para 4, lavaba para 4, no salía y estaba atenta las 24/7 por y para mi familia... 

Cuando llegaron mis hijos, mi vida cambió para bien y para mal. Si bien es cierto que el ser madre me ha llenado de satisfacciones, también es cierto que la opresión se volvió más fuerte porque ahora no sólo se trataba de ser <<una mujer decente>>, una <<buena esposa>> sino también ser una <<buena madre>>. Las <<buenas madres>> no sólo deben ser decentes, también deben sacrificar todo por sus hijos... si estando casada no tienes permitido salir con los amigos, menos cuando tienes hijos porque eso <<ya no es para nosotros>>. Pero sobre todo, una <<buena madre>> debe saber perfectamente el cuidado de los hijos, sin ayuda alguna, porque es otra condición de ser mujer. Así que mi vida giraba entorno a mi familia, no había cabida para más... pero en el fondo, una voz me decía que eso no estaba bien... pues yo no me sentía bien.

Y sentí con mayor fuerza la opresión y la discriminación. Sí, discriminación. Ésta última ya la había vivido: 1) por ser hija de una madre soltera (Sí, esa que la sociedad actual ha denominado <<mamá luchona>> como burla), 2) por ser pobre; pero sobre todo: por ser mujer. Cuando decidí ser madre en casa, prácticamente comencé a ser tratada como tonta, floja y sin aspiraciones, ¡Ah! Porque una mujer que se queda a laborar dentro de casa <<no hace nada>> ni tiene aspiraciones reales como aquella que labora fuera de casa, no señor, porque para esta sociedad tener aspiraciones nunca tienen que ver con el bienestar de tus hijos. 

Hasta que toqué fondo y dije: ¡¡¡Basta!!!

Por ese entonces no tenía idea de lo que es el feminismo, pero mi salud mental me pedía cambiar el chip... y lo cambié. 

Y me puse los guantes. 

Comencé con una introspección sobre quién soy yo y lo que quiero. Me perdí varios años en tratar de agradar a la sociedad, en ser una <<buena mujer>>, pero ahora puedo gritar a los cuatro vientos que el machismo no me cuadra, no me nace y no lo permito. 

Ahora puedo decir que, aunque sigo siendo una mujer machista, me esfuerzo por cambiar el chip con el que fui condicionada. Necesitamos erradicar el machismo, por el bien de nosotros, por el bien de nuestros hijos. 

Antes, cuando alguna conocida hacía o decía algo machista, me hervía la sangre y decía estupideces como: <<las mujeres son las peores machistas>>, ahora entiendo que no es su culpa, son los esquemas con los que hemos sido educadas y, revisando mi historia, me doy cuenta que son muy difíciles de erradicar. Trato de ser empática y sororaria y pongo todo mi empeño en dejar de reproducir estereotipos absurdos. Pero, lo más importante, educo a mis hijos bajo esquemas feministas, que tanta falta le hacen al mundo. Cuando alguna mujer habla mal de otra mujer, intento con todo mi ser no ser su enemiga, no entrar en el juego de juzgarla. Si algo se ha aprendido de la historia, es que todo movimiento social comienza con trastocar los límites y eso siempre traerá revuelta, abrirá paso a la vorágine, pues no todos los seres humanos pensamos igual ni estamos preparados al mismo tiempo para el cambio. Trato de meterme en la cabeza de que las mujeres somos hermanas y no estigmatizarlas, intentando eliminar esa rivalidad que nos han inculcado. Lo más importante es dejar de ver el mundo con los ojos desde nuestros privilegios. Sí, privilegios, porque la vida no es igual para todos, lamentablemente; nuestras carencias y necesidades son diferentes; nuestro entorno es diferente. No es la misma subyugación que recibe una mujer de tez blanca a una morena, ni la que vive en la Sierra a una que vive en la ciudad, ni la que tuvo acceso a la educación a la que no la tuvo, ni la que es heterosexual a la que es lesbiana y así podríamos hablar de muchas diferencias más. Así que trato de ver el mundo con menos arrogancia, con menos misoginia, clasismo, racismo y homo/lesbo/transfobia; porque no sólo nos han enseñado que vale más quien más poder adquisitivo tiene, también nos han inculcado que un hombre tiene más poder que una mujer y, por ende, que todo lo que no tiene que ver con una sociedad heteronormada no vale. 

Pero eso sí, a estas alturas de mi vida, me tomo personal cuando alguien sentencia que una mujer <<merece que le falten al respeto por cómo se viste, se maquilla, baila y se comporta>> y, sobre todo, que la violaron y mataron por lo mismo. Para mí, ninguna mujer merece ser agredida, violada y asesinada. NINGUNA. Lamentablemente, en nuestra sociedad, las mujeres somos agredidas vistamos como vistamos, nos veamos como nos veamos, nos comportemos como nos comportemos, nos dediquemos a lo que nos dediquemos. Nada tiene que ver nuestra condición social, credo o comportamiento. Nos agreden por el simple hecho de ser mujeres. Por vivir en una sociedad que nos minimiza, que nos cosifica, que nos oprime y nos juzga. Salgamos solas, en grupo, con pareja, tengamos la edad que tengamos, el acecho siempre está latente. La mayoría de las agresiones físicas, psicológicas y sexuales se dan dentro del hogar.

Por eso te digo amiga y compañera: no eduquemos a nuestras hijas para no ser agredidas, eduquemos a nuestros hijos a no ser agresores. No eduquemos a nuestras hijas bajo conceptos de virginidad sino bajo conceptos de realización en todos los ámbitos y a nuestros hijos como compañeros, no como proveedores. No exijamos respeto porque <<podría ser tu hija, tu madre o tu hermana>> sino bajo el precepto de que todos somos seres humanos. Pero, sobre todo, no eduquemos bajo conceptos de mujeres <<moralmente buenas>> y <<moralmente malas>> pues lo que se engendra es violencia. 

Por nuestros hijos, mujeres y hombres, cambiemos el chip. Tómate tu tiempo, que yo te espero y te miraré con sororidad, no con condescendencia, para sujetarnos bien fuerte de la mano. Porque para ello tenemos que quitarnos de encima siglos de patriarcado religioso y cultural, sólo así podremos ver con ojos claros que la culpa no es de la víctima, sino del victimario. 












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