jueves, 20 de julio de 2017

¿Loca yo?

Hoy tuve una corta conversación con la mamá de un amigo de mi hijo. Me confió su angustia por el comportamiento que últimamente está teniendo su hijo ya que está entrando en la adolescencia al igual que el mío, así que lo está llevando con un terapeuta. La tranquilicé diciéndole que todas estamos pasando por lo mismo y le elogié su decisión de buscar ayuda.

Y sí, como ella, todas las que tenemos hijos adolescentes pasamos por una crisis, algunas más grandes, otras menos, pero es inevitable, a mi parecer. Hace unos meses supe que un compañero de mi hija se estaba haciendo cortes en los brazos y otra tenía problemas de alimentación. También ellos van a terapia.

Como saben, tengo hijos adolescentes. Los cambios en ellos no sólo han sido físicos, los emocionales han sido bastante significativos. Siempre hablo de su empatía, de su capacidad para analizar las cosas, para cuestionarlas; pero tengo que confesar que de pronto la entrada a la adolescencia me pegó como patada de mula. Cada quien vivía en su mundo y parecía que cada vez nuestros mundos se distanciaban más y más... y de hecho, hasta cierto punto, es así. Ellos tienen sus propios criterios y toman sus propias decisiones. Juro, no miento, hubo momentos en los que yo bromeaba diciendo: <<¿Quiénes son estos niños y qué han hecho con mis hijos?>> Sentía como si los estuviera perdiendo y, honestamente, me sentía perdida.

Fueron meses de lucha, entre mi esfuerzo por querer "recuperarlos" y el suyo por querer "ganarse su lugar". Hasta cierto punto fue una especie de fase de negación y la revolución no sólo fue entre ellos y yo, sino también entre mi esposo y yo porque de pronto sentí que estaba cargando el mundo sola. Pero poco a poco la situación se ha ido aclarando, mi mente está más despejada y estoy aprendiendo a soltar. 

Como en cualquier relación interpersonal, los cambios nos sacuden cuando menos te lo esperas y eso precisamente me pasó. No estaba preparada para tener adolescentes y ellos para serlo. 

Como en algún post comenté, comenzábamos un estira y afloje, una lucha de poderes en sí y de pronto sentí como que si estuviera perdiendo la lucha. Llegué al punto de sentirme iracunda todo el tiempo y, obvio, eso no me gustaba, así que recurrí a la ayuda profesional. 

Pero, no sólo se trata de llevar a los hijos, como quien lleva un reloj al relojero y esperar a que éste nos lo devuelva en perfecta marcha, se trata de un trabajo en familia. Es como cuando padeces diabetes y ésta ha afectado tu vista, no sólo asistes al oftalmólogo para que te ayude a recuperarla, también recurres al internista para que te ayude a regular tu glucosa. Mucha gente tiene la creencia de que ir al psicólogo es porque tienes problemas mentales; bueno, pues de cierta forma y en cierto grado, todos los tenemos, pero nos han hecho creer que la salud mental no es tan importante. Podremos leer mil libros sobre cómo educar a nuestros hijos, pero cada quien tiene su propia historia, vive en diferente entorno, tiene su propia realidad en sí y, por lo mismo, debe llevar un trabajo diferente; como en la diabetes, no todos los cuerpos reaccionan al mismo medicamento, se debe ir con un profesional que nos guíe y nos oriente.

Como todo en la vida, no es fácil, porque finalmente estás enfrentándote a tus propios demonios. Les comparto algunos de los veintes que me han caído en el proceso. Repito: son situaciones personales, a lo mejor coincidimos en algunos puntos, pero no todos pasamos por lo mismo; además, sigo en el proceso, no es una verdad absoluta.

1.- Si quieres que cambie el chip tu hijo, tienes que empezar por cambiar el tuyo. Sí, suena medio chocante, pero es así. 

2.- Tu hijo se están convirtiendo en adulto, debes tratarlo como tal, por tanto, debes respetar sus decisiones. El que tú hayas pasado por una situación similar, no quiere decir que él sienta lo mismo, reaccione igual y lo solucione de la misma forma, así que lo único puedes hacer es validar sus emociones, reacciones y decisiones. ¿Recuerdas cuando comenzó a vestirse solo? A veces se ponía la ropa al revés, pero le alababas su esfuerzo y acudías si te pedía ayuda; es exactamente lo mismo.

4.- Como en cualquier relación interpersonal, a veces te va a caer mal y sentirás necesidad de poner espacio entre los dos; a él le pasará exactamente igual; así que se vale decir <<En este momento estoy muy molesto, te pido que me des espacio para tranquilizarme y después hablamos>>, pero es una cuestión de ida y vuelta, también debes darle su espacio. No te enganches.

5.- Déjalo hacerse responsable de sus decisiones. Esta parte es la que más trabajo me ha costado. Por principio de cuentas, hasta hace un par de años tardíamente comencé  a hacerlos responsables en cuestiones domésticas, academicamente siempre he dejado que sean responsables.

6.- Los gritos no solucionan nada, al contrario. Es mejor inhalar negro, exhalar rosa, pedir una tregua y dialogar.

7.- Ser empático. Cada vez que hablo con ellos, procuro utilizar palabras como <<te entiendo...>>, <<yo también, en algún momento...>>. En automático ellos bajan la guardia porque se saben comprendidos.

8.- Validar. Así como les hacemos ver sus faltas, también hay que reconocerles sus puntos buenos. Por ejemplo, si alguno de mis hijos lavó los trastes sin necesidad de pedírselo, lo agradezco y se lo alabo. No sólo los hace sentir útiles, también ellos comienzan a reconocer y agradecer las acciones cotidianas que tengo hacia ellos.

9.- No hay castigos, todo se trata de toma de decisiones y consecuencias; pero antes de poner una consecuencia, si es una primera vez, primero hablemos, lleguemos a acuerdos en qué consideramos que sería una consecuencia en caso de volver a hacerlo; si hay una segunda vez, cumple con la consecuencia; no sin antes hacer un recorrido del porqué se llegó a ella, con esto le recuerdas que fue su decisión.

10.- Si te equivocas, reconócelo y discúlpate; recuerda que ellos aprenden con el ejemplo. Por ejemplo, hay ocasiones que se me olvida inhalar y exhalar y suelto el grito; en cuanto me doy cuenta de mi error les digo <<discúlpame, te falté al respeto al gritarte, me equivoqué, procuraré no volverlo a hacer>>. 

11.- Pide respeto, respetando (no te enganches). Hay ocasiones en que mis hijos me contestan de mala forma, ya sea levantándome la voz o tomando posturas rebeldes. Es válido, como en cualquier ser humano que se molesta, así que inhalo negro, exhalo rosa y les digo algo así como <<Por favor, no me grites. Es una falta de respeto y yo no te estoy faltando al respeto. Si quieres, tomemos un tiempo para que te tranquilices y después continuamos>> o <<discúlpame, pero esa postura-mirada que estás haciendo me parece agresiva y lo tomo como una provocación, te pido, por favor, que no continúes. Si quieres, nos tomamos un tiempo para tranquilizarnos y después continuamos>>.

12.- Hacer catarsis no es malo, lo malo es engancharse. Como a cualquier ser humano, a veces las situaciones nos rebasan y queremos gritar, pegar o llorar y a veces es necesario este descargue para poder continuar. Lo mejor es buscar una actividad que nos haga sacar ese cúmulo de emociones, por ejemplo: mi hijo va a kick boxing, mi hija a danza aérea y yo al karaoke. En estos momentos ellos tienen las emociones a flor de piel, así que de pronto azotan puertas, le pegan a su colchón o simplemente se van a gritar a su cuarto, así que los dejo, después les pregunto si se sienten mejor y si desean hablar del tema.

Tip: se me ocurrió hacer <<la caja de las confesiones>>. Si mis hijos necesitan confesarme alguna mala decisión o comportamiento y creen que puede desencadenar mi enojo, lo escriben y me lo dejan en una caja antes de irse al colegio, así que, cuando ellos regresan a casa, hablamos con tranquilidad del tema. 

En resumen: como en cualquier relación interpersonal, se trata de dialogar, llegar a acuerdos, respetar decisiones, adaptarse a los cambios y asumir las consecuencias. Y, como en cualquier relación interpersonal, no es fácil, pero tampoco imposible. Lo más importante es no perder de vista que todos los padres vamos aprendiendo en el camino a serlo, nadie nace sabiendo y que los cambios continuarán hasta el final de nuestros días. Cuando decidimos vivir en pareja, tuvimos que adaptarnos a los cambios al convivir con una persona ajena a nosotros, con diferente mentalidad, cambiamos el chip; lo mismo pasa con los hijos. Cuando nacieron, nos tuvimos que adaptar a vivir con un ser humano que depende de nosotros, en su adolescencia nos tenemos que adaptar a su cambios y lo mismo sucederá cuando ellos decidan formar su propia familia. Así es esto.

Hasta aquí mi reporte. Les deseo excelente salud mental y visiten regularmente a su psicoterapeuta favorito.